¿Envuelto en pañales y acostado en un pesebre?


Esta fue la señal que le dieron a los pastores: «encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre»… ¡Pues vaya señal! ¿Cómo vamos a reconocerle si no se nos presenta de manera ‘original’, con una performance en condiciones? ¿Cómo vamos a reconocerle si se nos presenta sin despliegue de medios? ¿Cómo vamos a reconocerle si no ha salido en YouTube? ¿Cómo vamos a reconocerle si no viene como digo YO [que estoy comprometido, que sé de qué va la cosa, que he leído mucho, que he hecho ya mi síntesis teológica, que soy de ‘los de siempre’, que voy a misa todos los domingos, que soy muy moderno, que tengo respuestas a todas las preguntas, que soy muy dialogante, que soy católico, apostólico y romano a machamartillo, que no soy como ese publicano… (táchese lo que no proceda)] que tiene que venir?

Y es que tenemos ya tan claro lo que miramos que no vamos más allá de lo que vemos. A menudo me encuentro con personas que tratan a la vida como un regalo al que no le han quitado el envoltorio. Parece como si nos gustara o no ‘lo de dentro’, simplemente por lo que aparece ‘por fuera’, sin desenvolverlo. Nos hace falta atravesar los envoltorios de la vida. Cada uno sabe qué papeles de regalo tiene que romper. Cada uno sabe (o debería saber) qué realidades no taladra porque así vive más cómodo, porque así no se sienten amenazados ni su ‘enano fariseo’, ni su ‘enano narcisista’… porque así puede permitirse el lujo de estar de vuelta sin haber ido.

La mirada de un cristiano no puede achatar la realidad, ni simplificarla, ni explicarla a la primera, ni simplemente criticarla… Nuestra mirada necesita comprender, sorprenderse (también a veces enfadarse), acariciar, sonreír, llorar, abrazar, escuchar (también a veces gritar… Ver las personas, oír lo que dicen, mirar lo que hacen… Lo que nos dice la realidad, cuando es contemplada de verdad («como Dios manda») es que hoy como siempre, en toda cuadra, en todo pesebre de este mundo, sigue naciendo Enmanuel. Y es que Dios sigue naciendo y fiándose de nosotros para que podamos reconocerle envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Sólo nos queda echarle una mano y saber mirar.

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Pablo Guerrero, sj



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